Cuando Yanira Barahona era niña iba a misa de la mano de su madre. Le gustaba sentarse al borde de los bancos, al lado del pasillo que lleva al altar, porque Fra Cosme Spessotto solía ir de adelante hacia atrás y viceversa cuando rezaban el rosario. Lo rezaba todos los días, a las 7:00 de la noche. “Nos invitó a rezar el rosario con él. Le ponía la camándula en las manos y los brazos cruzados y a mí me gustaba sentarme en el borde de la banca, como una niña, para poder verlo. Era muy alto , lo vi como un gigante, porque medía casi dos metros, y ver sus manos grandes y sus sandalias grandes me impresionó”, recuerda Yanira, quien fue bautizada por el franciscano.
A medida que crecía, también se apropió de la asistencia de su madre a la iglesia católica. Se involucró cada vez más en las actividades de la parroquia de San Juan Bautista en Santiago Nonualco, donde fray Cosme había llegado en 1953 procedente de Italia. Crecer con el guía espiritual le permite estos días perfilarlo, más de 40 años después de que fuera asesinado en ese templo.
“A los que eran hijos de madres solteras, el padre les dedicaba más tiempo. Asumió esa figura paterna, aconsejándolos y guiándolos”.
yana barahona, feligrés.
Lo recuerda siempre sonriendo a los niños, siempre aconsejando a los adolescentes, siempre preocupándose por los jóvenes. Para los niños, por ejemplo, les preparaba sorbetes caseros, les daba dulces que traía en grandes cajas de su tierra natal, a las que su congregación le permitía viajar cada cinco años. “Estaba buscando la manera de darnos alegría. Se le veía la felicidad en la cara sabiendo que te estaba dando algo que te hacía feliz”, recuerda Yanira.
A través del catecismo, el sacerdote consolidó la iglesia: los niños se convirtieron años después en una juventud organizada para misionar y catequizar en los cantones más lejanos. Caminaron mucho y aprovecharon ese tiempo para hablar con él y reírse de sus bromas en un italiano que solo él entendía.
“Pasaba mucho tiempo con nosotros. Si veía a un joven que no estaba bien, le preguntaba: ‘¿Qué te pasa?’ Y uno decía: ‘Nada, padre, todo está bien’. Él respondía: ‘Vamos, tomemos un café’. Y uno ya diría: ‘Me agarró'», dice Yanira. Ese paternalismo fue su forma de suplir la ausencia de la figura paterna en muchos niños y jóvenes.
También cultivó una viña. “Empezó con una plantita y cuando vio que daba fruto me dijo: ‘Angelito, aquí los palos de uva’. A veces, traía de Italia”, recuerda Ángel de la Cruz, feligrés como Yanira.
El viñedo producía dos cosechas al año. Cada uno de 20 quintales (casi 9.000 libras en total). Fray Cosme regaló una parte y vendió la otra. Con el dinero animó a los que trabajan en la parroquia e hizo obras, como la escuela parroquial. Fray Cosme fue el primero en abrir las puertas a la educación de las niñas.
“Cuando empezó a construir la escuela parroquial, lo hizo de la nada. Pidió dinero a otros países; sí: un cinco, un centavo que sacó de la alcancía, lo anotó en su agenda. tanto, hay tanto, esto sobra. Nunca lo vi tomar dinero así. Era una persona muy honesta”, dice Ángel, para quien el cura fue como un padre desde que murieron sus abuelos, quienes lo criaron hasta que tenia 5 años “Si estuviera vivo, ese colegio ya iría a la universidad”, añade.
Ángel, que estuvo en el convento de las hermanas franciscanas junto a fray Cosme hasta los 18 años, también lo recordaba jugando al fútbol con hasta 40 niños a la vez. “Era una persona muy jovial, alegre, espontánea, y cuando se metía en algo nos decía: ‘Hagámoslo’, porque si la gente lo apoyaba, se sentía fuerte. Nunca decía: ‘Hazlo’. dijo: ‘Hagamos’. Así construyó esta iglesia”, recuerda Ángel.
Fray Cosme se levantaba todos los días a las 4:30 de la mañana para rezar el rosario. En ayunas, dio misa, luego fue a ver la viña. Vino a la escuela parroquial a rezar antes de empezar las clases. Si lo llamaban para una actividad, iba.
Hizo visitas domiciliarias a las familias. Atendía a grupos de jóvenes. Y no sólo sirvió a San Juan Nonualco, sino también a San Rafael Obrajuelo y San Luis La Herradura. “Un día de estos estaba hablando con un padre y le dije: ‘¿Cómo hizo este hombre para darle suficiente tiempo?’ Y me dijo: ‘Solo los santos pueden hacer eso'», recuerda Yanira.
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